SOBRE
LA REALIDAD
(virtual o no)
|
Comunicación y Era Común Además de todos los hechos que anteriormente he mencionado y que respaldan la percepción de un Cambio de Era en nuestro recorrido como especie, hay que añadir los hechos relacionados con la Comunicación humana como fenómeno social ya que es en ellos donde de una manera verdaderamente rotunda se produce un cambio en nuestras conductas de una manera masiva. Este cambio que afecta realmente a todos los habitantes del planeta, aun en países con escaso desarrollo económico, se inició a nivel de cultura de masas con la irrupción del cinematógrafo en tanto que fuente de información y entretenimiento y como vehículo transmisor de valores. Prosiguió con la radio primero y con la televisión más tarde, siendo acompañadas a lo largo de todo el pasado siglo en tanto que fenómeno social por un uso cada vez más creciente del teléfono. Y culminó, por el momento, en la creación de redes en las que el intercambio de información, barata, económica, asequible a todos, desde y hacia cualquier punto del planeta, está permitiendo la inclusión simultánea de más y más órganos sensoriales en esa transferencia ofreciendo en ella una textura y resolución tan cercana y tan vívida (si no igual en ciertos casos como el de la voz) como la que se puede experienciar sin medios interpuestos. Estas tecnologías (junto a otras de carácter "menor", tocadiscos, cámaras, etc) fueron por así decirlo encogiendo el planeta -permitiendo superar las barreras del espacio y en cierta manera las del tiempo- al poner en conexión a los seres humanos distantes entre sí acercándolos, aproximándolos, hasta llegar a esa suerte de aldea global entrevista por McLuhan en 1962. No era para menos: el teléfono junto a las retransmisiones televisivas en directo de todo tipo de acontecimientos -especialmente los deportivos, pero también los incruentos combates nocturnos en las barricadas del Mayo del 68 que en cierta manera también lo eran- permitieron durante la década de los sesenta esa percepción. En realidad, el sentimiento de ubicuidad y presencia a distancia, telepresencia, que proporcionaban estos nuevos medios (en relación a todo nuestro pasado histórico) ya se había manifestado con anterioridad a esa década. La diferencia estribaba en que entonces, en los 60, se le añadía el tremendo impacto visual resultado de la televisión como fenómeno de masas (la vista es el sentido más importante y querido que decía Aristóteles), por lo que resultaba más fácil la percepción de la telepresencia. Esta percepción nos permite retroceder en nuestro análisis hacia técnicas anteriores y comprender, en primer lugar, la fascinación, importancia y alcance del fenómeno cinematográfico como fenómeno comunicativo de primer orden durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo respecto de este fenómeno, pasado el primer momento de estupor -el que provocó en los espectadores aquel movimiento de huida en pánico ante la locomotora que se les echaba encima- el cine no implicó (al menos no tanto como otras técnicas) una exclusiva e inconfundible sensación de presencia a distancia salvo, por regla general, los noticiarios (de ahí su obligada elaboración por las grandes productoras, Pathé, Paramount, etc). Proporcionaba, y proporciona, un sentimiento de presencia íntima en el interior de un relato, de una historia, de un hecho. Sin duda se obtenía algo más que con una fotografía o que con un cuadro por cuanto ofrecía una mayor resolución vívida (gracias al movimiento, y luego al color y las pantallas envolventes) pero cercenada ésta por una casi nula capacidad de interacción y participación. Sin negar que ese sentimiento exista o pueda existir (especialmente cuando visionamos filmes realizados en el pasado; o cuando vemos y tocamos fotografías; o cuando percibimos cuadros, o signos de cualquier tipo elaborados por el ser humano) carecía de la fuerza que proporcionaron otros medios. Quedando circunscrito a las dos horas de proyección en el interior de una sala obscura (el sueño, la alucinación controlada) era previsible. No así el teléfono, y desde luego la radio. Respecto de esta última baste recordar su importancia en los años veinte y sobre todo treinta del pasado siglo. Fuente de noticias y ocio de todo tipo, la radio se hacía siempre en directo hasta tal punto que las emisoras disponían de orquesta propia, progresivamente sustituida luego por la emisión de música grabada en discos de pasta4, y en el mejor de los casos coexistiendo estos con aquella. Todo lo demás era en vivo. La sensación de presencia a distancia era pues muy fuerte. Y más con la retransmisión (vía telefónica) de acontecimientos de toda clase, desde las campanadas del Big Ben (o de la Puerta del Sol en España) hasta sesiones parlamentarias, pasando por mítines políticos o competiciones deportivas (y taurinas). Paradigma de ese sentimiento de conexión a distancia -de percepción en directo de algo sucediendo en otro lugar- son sin duda las charlas tipo "mesa camilla" que el Presidente Roosevelt dio a la Nación norteamericana durante los años de la Gran Depresión, o el terror provocado por el Mercury Theater al emitir el domingo 30 de Octubre de 1938 una versión adaptada de la Guerra de los Mundos del biólogo y humanista H.G. Wells, con supuestas conexiones en vivo al lugar de la invasión marciana. La radio pues, a diferencia del cine, permitía la inmediatez de la noticia y una relación corporal y sentible con el hecho sucediendo fuera éste de la naturaleza que fuere (el torero Cagancho dando una "espantá", la palomita dominguera de Ricardo Zamora o la voz tranquilizadora del mismísimo Presidente de la nación en el caso de Estados Unidos). Además la radio, como el teléfono, permitía una mayor capacidad de autonomía, de actuación, eso que hoy llamamos interactuar, más allá del simple hecho de gritar, reír, o hacer comentarios de todo tipo en el interior de una sala cinematográfica. La principal y más importante, mover el dial (o colgar). Pero con todo, la importancia fundamental de estos nuevos medios (radio y teléfono especialmente) es que abrían un espacio de comunicación inexistente hasta ese momento en la historia de la especie humana por medio del cual se lograba precisamente superar el espacio -la distancia espacial- coexistiendo simultáneamente en él. Pues el espacio de comunicación establecido por el teléfono y la radio no era, a diferencia del cine, un espacio particular diferente, separado en una sala específica, del resto de nuestro espacio cotidiano. La comunicación a distancia podía producirse en la misma habitación donde se comía o en el mismo pasillo o vestíbulo donde se transitaba, y además podía sobrevenir inesperadamente. La presencia a distancia, la telepresencia, se hacía real en el interior de la misma realidad. Esa aparente duplicación de realidades no significaba -ni significa en verdad- otra cosa que una extensión de la realidad misma5. Los mismos gestos, la misma conducta gestual se emplea al comunicarse a distancia lejana que a la corta, e incluso así sucedía instintivamente con los primitivos teléfonos (la sonrisa, la inclinación respetuosa, etc.) aun cuando su sonido era de una calidad detestable (dando lugar a la expresión phony por falso en inglés). Tanto más ahora con los nuevos medios que incluyen el sentido de la vista. Así pues podemos decir que esa realidad producida durante la comunicación a distancia (telerealidad en suma) es la realidad misma con la particularidad de que -a diferencia de lo que ocurría en el pasado- podemos tener acceso a ella de una manera objetiva (intersubjetívamente objetiva) al tiempo que estamos situados en otra. Esta doble situación, este doble situarse en realidades diversas, esta suerte de ubicuidad presencial de alguna manera ya fue expresada por Teilhard cuando hacia 1940 escribió en Pekín "gracias al prodigioso hecho biológico representado por el descubrimiento de las ondas electromagnéticas, cada individuo se encuentra actualmente (activa y pasivamente) presente de manera simultánea en la totalidad de los mares y de los continentes, por tanto, en cada uno de los rincones de la Tierra" (1974, 244). La afirmación aunque matizable es obviamente cierta. Como un mínimo ejemplo de ello se me ocurre señalar que, aun faltando otros sentidos como el olfato o el gusto, la vivencia en directo, la percepción visual y auditiva en directo -vía satélite- de las carreras de caballos que se efectúan en una playa española, con el reflejo del sol del atardecer rielando sobre las aguas azules, el griterío de la gente animando a su caballo, el rumor de los cascos sobre la arena durante la competición, puede ser simultaneado con una realidad bien distinta como es el de la habitación de un enfermo terminal al que se le hace compañía. Ello no es más que la expresión plástica, objetivada, de algo que los seres humanos hemos venido haciendo desde siempre: situarnos con el pensamiento en otro lugar. Al leer un libro, al oír un relato, al tocar un objeto antiguo, al imaginar soñando. Al comprehender el pasado, al proyectar el futuro, al entender (operativamente) el presente. * * * En la actualidad el vertiginoso desarrollo de la tecnología (Internet, Realidad Virtual, Telefonía inalámbrica, etc.) no ha hecho sino acentuar esta capacidad objetivada de la ubicuidad presente ya en artilugios más primitivos que los actuales. Por ejemplo, la primera vez que vi a un ejecutivo hablando sólo por la calle (elegante chaqueta cruzada y maletín en una mano), mirando hacia el suelo, dando grandes voces y gesticulando enfadado con el brazo que le quedaba libre, pensé como el resto de la gente que le miraba asombrada "hay que ver como están los ejecutivos", hasta que un giro de su cuerpo me permitió apreciar el cable manos libres que le conectaba con su oculto (supongo) teléfono móvil en el interior de su chaqueta y a través del cual a alguien abroncaba. Lo que antes tenía que ser considerado como una conducta patológica, dejaba de serlo en gran medida. Es el ejemplo perfecto de esa "objetivación". El diálogo mental con un otro distante -inasible científicamente, operativamente, como viene a decir Watzlawick (1984, 339)- se ha hecho posible. Se ha objetivado a través de la palabra; el logos, el cómputo, el signo. Ese vertiginoso desarrollo de las tecnologías de la comunicación (-computación), acelerado en los últimos 25 años, realmente no ha hecho más que empezar. Con ellas estamos pudiendo superar las barreras del espacio. Pero también, como ya se dijo un poco más arriba (p.136), en cierta manera las del tiempo. El espacio sonoro, por caso, creado a través de una Polifonía Renacentista (antes privilegio de Templos y Palacios) puede ser hoy coparticipado a través de los auriculares de un receptor estereofónico portátil en cualquier calle o plaza actual concurriendo de esa manera en una situación, un modo de estar en el mundo, aquél, simultáneamente a este otro, y sabiendo que, a pesar de todo, los elementos comunes, la luz, la belleza estética, el propio ser humano, coexisten en ambos. O la escucha del gran bolo6 de Toronto de 1952 (justo diez años antes de la formulación globalizadora de McLuhan en esa misma ciudad) grabado en directo en el Massey Hall y en el que participaron Charlie Parker, Gillespie, Mingus, Powell y Roach, todos magníficamente cargados, público y músicos, permite revivir una situación impensable en otra época. En realidad se podrían poner multitud de ejemplos (y este libro está lleno de ellos) que resalten la capacidad de conexión del ser humano con otros seres humanos del pasado (y obvio decirlo del presente y del futuro). La identidad del ser (humano; lo que de constante hay en él), es decir aquello que precisamente le confiere una dimensión histórica, una profundidad en el tiempo y en el espacio, es lo que lo permite. Por eso estamos pudiendo hablar de un cambio de Era. Por eso podemos hablar de un camino. _____________________ 4 Por ejemplo, aquella pesada, cargante, machacona, señoritinga y popular "Jaca jerezana, galopa y corta el viento" del terrible verano español del 36 (que acabó siendo sublimada en una poema de Alberti). (volver) 5 Parangonable a la doble posición de la cuántica.(volver) 6 En España, un bolo es una reunión de músicos para realizar una actuación incluso sin ensayo previo o con muy escaso tiempo de preparación. Lo único que les une, aparte de su profesionalidad y buen hacer, es el dinero que percibirán por el contrato. Válido para todo tipo de estilos musicales. De hecho el término se lo oí decir por primera vez a un músico de cámara. (volver)
|
|