SOBRE
LA REALIDAD
(virtual o no)
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Doble vínculo. El continuo del ser Pero más allá del problema del cambio provocado por nuestra praxis (el pensamiento en acción), más allá de la dificultad e imposibilidad en el apresamiento (acabado) de la realidad, más allá del problema del cambio real en lo que es, más allá de todo esto, en la raíz misma de la dificultad en el establecimiento (¿definitivo?) de las constantes está el tipo de relación que nuestro yo mantiene con el mundo. Pues el yo, es decir nuestra conciencia surgida desde el soporte material que es nuestro cerebro, el cual se ha rediseñado en la interacción con el resto de la realidad tras un largo proceso evolutivo que tiene su origen próximo en las primeras cadenas químicas autoreproductoras que han dado lugar a multitud de especies una de las cuales es la nuestra, el yo con toda evidencia pertenece al mundo puesto que surge de él. Y el mundo, esa naturaleza a la que podemos nombrar como algo diferente a nosotros mismos y a la que vemos según qué mirada, que significa según qué sentido le damos, que insoslayablemente es interpretada por nuestra conciencia, el mundo con toda evidencia pertenece al yo. El cual pertenece al mundo, el cual pertenece al yo. Este doble vínculo es como un bucle formado por pares de opuestos -mundo(s) y yo(s)- los cuales sin embargo forman un continuo. Pues aunque con toda evidencia existe una unión de continuidad entre mundo y yo (que puede y debe considerarse como complementaria y difusa) la relación que mantenemos con el mundo es una relación de contrarios -como el ying y el yang, el orden y el caos, los inmortales y los mortales, o como cualquier otro par de elementos culturalmente relevantes (hybris y diké, eros y thanatos, bien y mal, reposo-movimiento)- siendo el mundo el polo opuesto de nuestro agón, de nuestra lucha para mejorar nuestro estar, es decir la condición temporal de nuestro ser. Además, el doble vínculo así formado -y que es intrínseco a nuestra racionalidad- dificulta por esta causa la concreción (el apresamiento que decía más arriba) de realidades estables, inmersos como estamos en una relación que es en sí misma de inestabilidad y cambio con, al menos, dos polos en movimiento. El problema de la realidad, pues, se complica enormemente cuando nos damos cuenta de ese hecho, de esa doble vinculación por la que "el sujeto y el objeto están inseparablemente unidos entre sí" (Varela, 1988, 261). Esto convierte al proyecto de la objetividad plena en lo quimérico absoluto puesto que, como ya se ha dicho en este libro (p.34), la realidad no es, no hay posibilidad que sea, catalogable ni como subjetiva ni como objetiva, ni unitaria ni separable, ni dual e inseparable sino como el "fruto de nuestra historia conjunta como seres biológicos y sociales [...y en la que] vivimos en una aparentemente interminable metamorfosis de interpretaciones que se suceden" (Varela, 1988, 262 263). De esa capacidad interpretante se hace cargo, en el momento que esto escribo, una de las corrientes actuales de la filosofía contemporánea, la llamada Filosofía Hermenéutica, con el espeso juego intelectivo que ello supone. Sin embargo en otros niveles históricamente previos de pensamiento esta cualidad había sido ya asumida con bastante anticipación. Tal implica, por ejemplo, la expresión hebrea Dor Dor Vedroshav cuya traducción sería "cada generación tiene su propia interpretación", con las connotaciones que pueden derivarse en ella de libertad -es decir de indeterminación sobre la determinación- y de cambio (otro bucle). Asimismo en las filosofías indostánicas, en el hinduismo y en el budismo, la doctrina maya-rupa7 supuso, implícitamente, la comprensión de esa faceta interpretante del ser humano el cual debe asumir el carácter relativo de su interpretación. Esa capacidad de interpretación es, como ya se ha dicho, insoslayable, y lo seguirá siendo a causa del circuito cerrado participativo en el que estamos inmersos. Producto natural de nuestra racionalidad (que pertenece al mundo, el cual ....etc) el problema de fondo de la aprehensión de las constantes permanecerá, por mucho que dentro de mil años podamos traspasar visualmente la barrera del tiempo transcurrido o prolonguemos la vida de la especie (gracias a la biogenética) a periodos inverosímiles hoy en día. Sólo la aprehensión de la muerte podría, quizás, situarnos en un nivel lógico que permitiera soslayar esa paradoja aun a costa, probablemente, de situarnos en otra. Sin embargo, a pesar de todas esas dificultades, a pesar de los cambios habidos en la ciencia y los que aún quedan por venir, el ser humano no puede renunciar a la aprehensión de lo que es (siendo), ni a su cálculo (aplicaciones tecnológicas), ni a su propia acción. Por esta causa, porque es imposible la renuncia, muchos miembros de la comunidad científica, empezando por el propio Niels Bohr (y otros como Wiener, Bateson, Foerster, Priban, Varela, etc) se han acercado a modelos de filosofía oriental -taoísmo y zen especialmente- con el fin de enmarcar sus propios resultados en campos teóricos más vastos que incluyan algunas de las ideas ya mencionadas anteriormente, tal como la fuerza de los contrarios, la relatividad de las formas, así como la misma interrelación-interacción. Este movimiento de aproximación a modelos de pensamiento "oriental" es especialmente significativo en el ámbito investigador de la informática (es decir de la cibernética), si bien no es casual en absoluto ese acercamiento al Zen (y sus raíces el taoísmo) de una buena parte de cuantos se dedican a ese ámbito del conocimiento ya que la cibernética, y la construcción de sistemas cibernéticos, implica el manejo de conceptos tales como retroalimentación (feedback), bucle, circuito cerrado, sistema, etc., que inevitablemente -para que sean operativos en el momento de ser aplicados- deben tener una salida, una dirección-hacia, un telos. Es el mismo planteamiento básico que el de la filosofía budista, es decir cómo liberarnos del circuito cerrado en el que estamos inmersos y cómo dar una salida al mismo. La económica y elegante solución dada por la práctica Zen[2] que además no requiere ningún marco religioso -en comparación con la prédica doctrinal del budismo clásico-, junto con un buen bagaje teórico popularizado entre otros por el doctor Suzuki, casa bien con la mentalidad "práctica" occidental, con su autoconciencia de ser-praxis, por lo que no tiene nada de extraño esta aproximación. Planteada como una no-acción que posibilita la acción, la práctica Zen sería tenida como un absurdo para un dualista cartesiano. "Quietamente sentado sin hacer nada" (Watts, 1971), el no-pensamiento del practicante busca el pensamiento mismo, el bucle un instante detenido. Y en ese sentido, la suspensión, hay que inscribir las palabras de McLuhan cuando afirmaba que "el contenido de la escritura es el habla, del mismo modo que la palabra escrita constituye el contenido de lo impreso y lo impreso es el contenido del telégrafo". Por nuestra parte, conviene interrumpir el discurso de McLuhan para recordar que todos estos "medios" interaccionan permanentemente entre sí, de suerte que lo escrito se vuelve habla al ser leído, y el habla escritura al ser citado, formando con ello un círculo vicioso de interpretaciones y reinterpretaciones. "Por eso -prosigue ya McLuhan- al hacernos la pregunta ¿cual es el contenido del habla?, se hace necesario que contestemos: es un verdadero proceso del pensamiento que, en sí mismo, no es verbal" (McLuhan, 1964). El bucle un instante detenido. Este pensamiento que obviamente está en el mundo (es inmanente) y, como ya hemos visto, forma con él un continuo no-dual[1], pudiera ser considerado como un vehículo metalógico superador de las paradojas a las que estamos vinculados, aunque en realidad es más sencillo y simple considerarlo como el pensamiento mismo, translógico en el sentido en el que "trans" significa ir a través, atravesar y transgredir (Morin, 1992, 212-213). Este pensamiento es el que comprende "que la piel puede considerarse tanto como lo que nos une a nuestro ambiente como lo que nos separa de él, [y] ve, además, que la piel será considerada como algo que une sólo si antes había sido considerada como algo que separa, o viceversa" (Watts, 1971, 61). Por esta causa puede decirse "cuando no-pienso, sé; cuando pienso (cuando elaboro un discurso simbólico), interpreto". Esa misma línea fue seguida por Ortega y Gasset en el curso 1932-33 en el que, además de considerar a la realidad como "interdependencia y coexistencia", estableció la distinción analítica entre el pensamiento no verbal y el pensamiento verbal o simbólico (el constituido por los símbolos que son las palabras). Ortega los llamó "pensamiento-en-ejecución" (el no verbal), y "pensamiento-objeto" (el simbólico), de suerte que "el pensamiento como ejecutividad, como algo ejecutándose [...] es incongruente llamarlo pensamiento" (Ortega y Gasset, 1966, 207). Por esta causa en la práctica Zen se le suele llamar normalmente no pensamiento. Ni que decir tiene que la afirmación realizada dos párrafos más arriba "cuando no-pienso, sé; cuando pienso (cuando elaboro un discurso simbólico), interpreto" puede hacerse extensiva a este mismo libro que está leyendo. Y naturalmente sería correcto el hacerla. El problema es que aunque quizás no decir nada fuere lo mejor, la característica práxica de lo que es siendo (la interacción, la producción en lo que es y el cambio subsiguiente) nos impulsa a ello. A expresar, verbalizar y/o significar en el caso humano, por mucho que sepamos que la verbalización -la puesta en un discurso de conceptos complejos (en tanto que vinculados entre sí)- siempre resulte problemática así como sujeta a una cierta dificultad en su entendimiento. Quizás por ello, en su coyuntura y salvando todas las distancias, Heráclito fue conocido como el Obscuro en la antigüedad greco-latina. Y quizás por ello, existe una tradición que atribuye a Gautama (conocido como Buda) un silencio respecto de la physis, la naturaleza, junto a otra que le atribuye un discurso. Sin embargo, aunque el silencio es también significativo, ciertamente parece ser que Gautama Buda elaboró un discurso de carácter ético. No podía ser de otra manera, a fin de cuentas la necesidad de verbalización es una característica propia de la especie humana puesto que ella, a diferencia de otras organizaciones de la realidad, de otras configuraciones del ser (moléculas, átomos, estrellas, fotones, biosistemas, colibríes, o cualesquiera otras que podamos mencionar), dispone en su aptitud organizacional de la capacidad de la palabra, en definitiva del signo, de la conciencia y del cómputo (cum putare, con pensar). _____________________ 7 Presente ya en las Upanishads, viene a decir que toda clasificación (maya) lo es sobre formas que fluyen, rupa, y a las que nombramos, nama. La clasificación es pues una manera aleatoria y subjetiva de interpretar y acotar formas.(volver)
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