SOBRE
LA REALIDAD
(virtual o no)
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Filosofía y Sociedad La teleología, es decir la investigación y estudio acerca de los fines o finalidades intrínsecas a los entes (configuraciones del ser) ha tenido muy mala imagen en el campo de las ciencias de lo concreto. Prácticamente en ellas no ha habido la menor intención de considerar la existencia de fines más allá del comportamiento inmediato previsto por tal o cual ciencia para tal o cual elemento de la naturaleza. Relegada al ámbito exclusivo de la filosofía cuando no de la metafísica, o lo que es lo mismo considerada como una mera especulación sin valor alguno, la teleología (a la que de ahora en adelante entenderemos no en un sentido estricto como una disciplina, sino en un sentido amplio como la aceptación de finalidades en las cosas objeto de estudio de la ciencia o saber) fue completamente excluida por la ciencia positiva del siglo XIX -la ciencia nueva deseada por Bacon siglos antes-, la cual sólo estaba interesada por los hechos de experiencia, los fenómenos, en tanto que objeto de estudio. Pues en efecto los sistemas filosóficos del siglo XIX como por ejemplo los de Hegel y sus continuadores, profundamente embebidos por la teleología, no ejercieron (salvo en alguna ciencia humana como la Sociología, y sólo de una manera parcial) la más mínima influencia en la evolución de las nuevas ciencias positivas, no dando lugar por tanto (afortunadamente habría que añadir) a una química marxista o una termodinámica hegeliana. Nunca antes de ese momento el divorcio entre la ciencia (de lo concreto) y la filosofía había sido mayor. Los caminos de ambas discurrían de una forma paralela sin aparentemente encontrarse jamás. A un lado el saber de los fenómenos, la nueva medicina, la nueva química, las renovadas ingenierías, la nueva física y sus nuevas disciplinas auxiliares como la termodinámica, etc.,. Al otro, un saber percibido como especulativo, subjetivista o voluntarista según los casos, quizás lleno de aciertos pero inoperante para la consecución de resultados materiales, y al que sin embargo podían adherirse -sentirse vinculados en su faceta teleológica- todos aquellos científicos que, pertenecientes al fin y al cabo a la misma civilización judeocristiana y al mismo tiempo histórico, podían sentir como suyas, al menos, alguna de las partes de ese pensamiento filosófico que en el XIX fue exponente y continuación de los sueños positivos de la razón del siglo anterior. Porque en ese periodo, a fin de cuentas, tanto los científicos como el resto de los europeos, además de formar parte de una civilización que en sí misma es teleológica y que por lo tanto los hacía más receptivos hacia ideas que estuvieran en esa posición, pudieron percibir con toda su fuerza el vigor imparable del progreso, que es el nombre laico dado a nuestro sueño finalista. La máquina de Vapor, la electricidad, la aparición de buques más rápidos y seguros, el ferrocarril, la telegrafía, el teléfono al concluir el siglo, la fotografía casi en su inicio, los avances en la sanidad, la aparición de las vacunas por ejemplo, las grandes obras de conducción de agua a las ciudades y que afectaron a millones de personas, el fin de los pozos negros, el agua corriente en el interior de cada edificio, la percepción de nuevas naciones más libres, y un largo etcétera, promovieron una corriente de optimismo (cuyo mejor exponente musical quizás sea [6] la Sinfonía Italiana de Mendelssohn de 1833) que finalmente se plasmó en la demolición paulatina de las murallas de las ciudades europeas ya en la segunda mitad del XIX, demolición que representó la culminación sígnico-comunicativa de un cambio aún más vasto. Pues con la destrucción de las murallas europeas se culminaba desde un punto de vista plástico y cotidiano, visible para todos, el gran cambio iniciado en el Renacimiento. Esta destrucción se debió no sólo a que las murallas eran inoperantes frente a las nuevas armas (progreso a fin de cuentas) sino también, y muy especialmente, porque los habitantes de las ciudades no las veían como parte suya, como parte de su universo ideológico común: es el fin plástico y real de la Edad Media. No así el de la filosofía, saber global (deseo al menos de éste) entreverado con los saberes concretos; faceta del pensamiento, reflexión inevitable y necesaria que las sociedades humanas incuban porque es el producto natural de la pulsión cognitiva propia de la especie. De ahí que los grandes sistemas filosóficos del siglo XIX pudieran tener lugar. Y de ahí que siguieran estando en gran medida llenos de teleología. Pues con ella, con la teleología en el ámbito del pensamiento filosófico, de una manera u otra, con tal o cual matiz, se daba respuesta a lo que esa sociedad producía y demandaba: revolución industrial de una parte, y libertad e igualdad de otra. Progreso. Esta imbricación entre sociedad y pensamiento debe por tanto hacernos comprender que tampoco fue casual que la aparición, el estallido habría que decir, de las ciencias positivas como ciencia de los fenómenos deba mucho a un filósofo, Kant, y a su insistencia en la posibilidad de conocer sólo estos, los fenómenos, es decir los hechos de experiencia, y no las esencias (o noúmenos conforme a su terminología peculiar) que subyacían tras ellos. ¿O fue al revés?, ¿que las investigaciones de un Franklin, un Lavoisier, un Watt, siempre en relación a hechos de experiencia, influyeron en Kant de tal manera que éste acabó contribuyendo a desterrar felizmente las esencias inamovibles de los ámbitos científicos?. En cualquier caso, la consecuencia de esta nueva óptica científica -fenómenos, sólo fenómenos de experiencia- fue que conceptos como el de teleología, como ya se ha dicho, resultaron inoperantes para la nueva ciencia, y no será sino hasta el siglo XX cuando el término vuelva a revalorizarse con una enorme fuerza. Esta revalorización se ha producido significativamente desde dos campos científicos concretos -la Cibernética y la Biología (sistémica)- ambos relacionados entre sí ya que adoptan básicamente los mismos puntos de vista si bien aplicados a campos de trabajo distintos. En realidad esta distinción entre cibernética y sistémica es una distinción puramente analítica ya que junto a la dinámica de sistemas, la teoría de los juegos, la propia física subatómica y la nueva física, la ecología, etc., son parte de un nuevo modelo de pensamiento científico coincidente con los grandes cambios que en la percepción de la realidad se han producido durante el siglo XX, de suerte que quizás fuera mejor llamarlo, como hace Morin, Pensamiento Complejo, subsumiendo con esa calificación esta nueva manera de percibir la realidad. Respecto de ambos conceptos (cibernética y sistémica) cualquier lector suele estar bastante familiarizado con el primero y más o menos tiene una idea acerca de en qué consiste la cibernética (le suena a ordenadores, y de hecho la cibernética no es sino sistémica aplicada); no ocurre así con la sistémica. Sin embargo creo que, aunque en la elaboración de este texto surjan en ocasiones referencias específicas para tal o cual faceta de este nuevo modelo de pensamiento, considero que, en aras de la claridad a la que el lector tiene derecho, merece la pena intentar una explicación global del mismo que nos encamine hacia la teleología, el objeto de nuestro interés, y no someterlo por tanto a la premiosidad que supondría una explicación excesivamente detallada y metódica de sus particularidades salvo aquellas que sean absolutamente indispensables.
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