SOBRE
LA REALIDAD
(virtual o no)
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Sobre el horror El horror, decía (p.138 del texto impreso), puede expresarse de muchas maneras. La más básica y fundamental proviene de la experiencia del dolor y de la muerte. De la muerte ajena, ya que de la nuestra no nos es posible hablar. Decía que el dolor producido por la muerte de un ser querido y próximo es inconmensurable; simplemente no se puede medir. Por desgracia, o por suerte, esta afirmación es incomprensible para el que no la haya vivido, siendo esto normal entre los jóvenes estudiantes. Hasta que eso ocurra, podremos leer el poema de Jorge Manrique y apreciar sentimientos muy fuertes y dolorosos en él, pero sólo captaremos su superficie. Podremos incluso ver en los demás los efectos de ese sentimiento, los cuales externamente no se diferenciarán de cualquier otro que hayamos visto como por ejemplo los producidos por una ruptura afectiva, un fuerte dolor físico, un suspenso, ...; los signos externos serán iguales, llanto, crispación en la cara, etc. Pero hasta que no suframos en nosotros mismos esa inconmensurabilidad de la que hablo no comprenderemos el estado de devastación interna que supone. Y pienso que es importante advertirlo, puesto que alcanza a todos. Hace ya tiempo me impresionó profundamente una fotografía publicada en un periódico en la que se mostraba el abatimiento de un talibán junto al cadáver de su hijo muerto en un bombardeo en Kabul. Ya conocía en que consistía ese dolor (por otro camino), y, a pesar de todo, a pesar de saberle un bruto fanático, me situé vicariamente en él. Su mundo nada tenía que ver conmigo. Su concepción de una Ummah me era y es ajena. Su control sobre sus semejantes, mujeres, niños, seres humanos en suma, inadmisible. Pero aquel hombre abatido, destrozado y devastado, también era yo. También era cualquiera de nosotros. La sensación de vacío, de sin sentido ante avatares de esta naturaleza puede fríamente hacerse extensiva a todo tipo de hechos, hasta el punto de llegar a caer en la tentación de pensar el acontecer del universo como algo irracional. Ramón J. Sender, el escritor español que padeció el horror de una Guerra Civil -y vivió la muerte inesperada de seres queridos- lo expresaba de esta manera en una entrevista. Ante la pregunta que sugería que su obra era un cierto grado de consolación ante la muerte, Sender respondió "No creo, no creo. Yo creo que todo lo que hacemos, por mucha importancia que le queramos dar en materia de arte y literatura, es una broma a lo divino. Dios juega con nosotros y nosotros, consciente o inconscientemente, nos adaptamos a las líneas de una realidad que es básicamente irracional. Toda la vida es irracional. Por qué nace usted, por qué ha de morir nuestro vecino, por qué ha de sufrir un niño, por qué había de tener millones un señor que se llamaba Hughes, por qué teniendo miles de millones ese señor estuvo los últimos quince años de su vida solo, encerrado y casi sin comer; por qué murió abandonado y desnutrido -los médicos decían que murió de hambre-. Todo es incongruente en lo personal como en lo colectivo y en lo histórico" (Cuadernos para el Diálogo, 11-09-1976). Salvo la alusión a Dios (ciertamente simbólica en Sender) creo que cualquiera de nosotros podría subscribir esta perplejidad ante el dolor y la fortuna expuesta por él. Cuestión bien distinta es permitirse trasladar esa perplejidad hacia un modelo de solución irracional o puramente imaginativa (dioses) con el que resolver de un plumazo todas nuestras dudas y desorientaciones. Como ya se ha visto a lo largo de los capítulos que anteceden es posible, y yo diría que necesario, escrutar racionalmente la realidad. Al hacerlo es fácil descubrir que el azar, la fortuna, tiene un vínculo muy estrecho con la necesidad. Como ya se ha insinuado anteriormente (p.112), una reflexión en profundidad sobre este tema -la relación entre el bien y el mal tanto en sus aspectos más concretos, explícitos y tangibles, como en los más generales y teóricos- escapa a la naturaleza de este libro, siendo su lugar adecuado un texto ad hoc que indagara sobre lo que antaño era conocido como Filosofía Moral y Política (o Ética para adultos). Sin embargo, no viene mal recordar que el horror puede ser expresado de muchas maneras. El más llamativo de todos, el horror de la guerra, pero también el del hambre, el de la miseria, el de la enfermedad incurable, el del deterioro físico, el de la malformación genética (como el siamesismo), el de la aberración psicopática, el de las enfermedades neurodegenerativas, el del tiro en la nuca, el de la esclavitud, el de la explotación del hombre por el hombre, y tantos otros. La esperanza de la paz perpetua concebida por Kant eliminaría el horror que normalmente se conviene como el más espectacular, el de la guerra. Pero junto a él existen muchos otros en cuya desaparición también deberíamos empeñarnos. Quizás, la perspectiva de una especie de gobierno mundial que elimine los conflictos se puede sentir ahora mucho más próxima que en tiempos de Kant, e instituciones como la ONU o sus herederas sin duda alguna acabarán consiguiendo que los conflictos entre grandes grupos de seres humanos sean resueltos de una manera simbólica, mediante la palabra y el interés mutuo. Sin embargo la propia noción de paz nos ha de remitir al interior de cada ser humano. No en un sentido místico u orientalizante, sino simplemente como pieza básica del gran puzzle que es la relación bien-mal, ya que difícilmente podrá existir paz mientras ésta no resida en el interior de cada ser humano, de todos y cada uno de nosotros. Y debo recordar que verdaderamente es difícil obtener paz con un dolor de muelas o con el estómago endémicamente vacío, salvo quizás el joven eremita del último relato de la jornada tercera del Decamerón quien probablemente, al menos durante unos días, vivió su propia paz interior. Por otro lado, esta noción de paz interior, añadiéndole la calificación de perpetua en el sentido indicado por Kant, debería suponer la desaparición de la noción misma de conflicto. Lo que en principio habría que poner en duda que pudiera ocurrir de una manera estable, dada la (evidentemente al menos) intrínseca relación entre los conceptos bien y mal, es decir la intrínseca relación producida por la propia existencia de las sensaciones, sentimientos e impresiones que permiten formular y decir las palabras bien y mal. De hecho, resulta imposible concebir lo uno si no se ha concebido previamente lo otro, y viceversa1. Pero acerca de todo esto, y de las reflexiones que se pudieran hacer en torno a ese punto de partida, mejor sería tratarlo en lugar aparte de este libro a fin de no desviarnos excesivamente de su objeto principal.
_____________________ "El paciente perdía a menudo el conocimiento, [..] y le asomaban continuos sudores que desprendían un hedor muy penetrante, similar al que origina la paja podrida, y denunciaban de forma inmediata al apestado. [..] Los permanentes dolores de cabeza, la sensación de asfixia y la lengua pastosa y blanquecina, junto a los abundantes temblores que sufría, le daban al enfermo todo el aspecto de una persona ebria. Al no tener ya suficientes fuerzas, no podía controlar sus movimientos y perdía el equilibro con mucha frecuencia." (Blanco, La peste negra). Las siguientes fases las describe Bocaccio al inicio del Decamerón.(volver)
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