SOBRE LA REALIDAD
(virtual o no)

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Índice
   
  Prólogo
   
  Primera parte
  Sobre la realidad
  Constantes y variables
  Ser y Naturaleza
  El bucle del ser
  Ser y verdad.
  El ser es lo que es siendo
  Ser y Realidad
   
 

El signo y la palabra. Indagaciones

  El signo y la palabra. Mutación e invariancia.
  El cambio constante. Copresencia en el cambio.
  Doble vínculo. El continuo del ser
  Constantes.
  Telos y Formas.
   
  Teleología y Ciencia
  Filosofía y Sociedad.
  Nuevo Modelo.
  Sistemas y Subsistemas.
  Algunas implicaciones.
  Humanización y dinámica de los opuestos.
   
  Cambio de Era
  Un mismo mundo.
  Permanencia en el Cambio.
  Ruptura.
  Técnica y Telos.
  Comunicación y Era Común.
   
 

El Telos Humano

  Continuidad.
  El Telos Humano.
  Cierre y Apertura.
   
  Segunda parte
  Del otro lado. comentarios hipertextuales
  1. El hipertexto y el continuo no-dual
  2. El zen y la Era Común.
  3. Vida y objetividad.
  4. Sobre el horror.
  5. El pensamiento en ejecución.
  6. Sobre Mendelssohn.
  7. Lo virtual
  nuevos comentarios (on-line)
  8. ¿Quién teme a esa tontería del ser?
  9. Medios in-mediatos
   
  Referencias
 

 

Sobre Mendelssohn.
Un ejercicio en torno a Texto y Contexto


Pudiera parecer excesiva la afirmación (p.78 del texto impreso) de que la mejor representación sonora de esa corriente de optimismo que anima a una buena parte del siglo XIX sea, quizás, la Sinfonía italiana de Mendelssohn. Otros temas, como la Novena Sinfonía de Bethoveen o la del Nuevo Mundo de Dvrozac -esta última ya en la segunda mitad del XIX al igual que Danubio azul-, se han constituido en emblemas de la humanidad con mucha más contundencia que la propia Sinfonía Italiana de Mendelssohn.

Además, esa afirmación quedaría aún más en entredicho si consideráramos a la Italiana no tanto como parte del espíritu de un tiempo sino como el resultado de un homenaje personal del autor hacia la Italia que él había conocido. En realidad las cosas no son tan sencillas como parece sugerir el apodo con el que se conoce a la Sinfonía nº 4 de Mendelssohn. Por ello creo necesario un pequeño ejercicio de hipertextualidad.

Respecto a Danubio y Nuevo Mundo, compuestas en 1867 y 1893 respectivamente, son obras tardías en relación a su siglo por lo que difícilmente pueden representarlo. En cuanto a la Novena de Bethoveen estimo que ésta es más bien una sinfonía para la esperanza (que no es necesariamente igual a optimismo aunque muchas veces lo subsuma), no exenta en muchos de sus tramos de una cierta carga dramática. Básicamente escrita en 1823 representa justamente el aliento en medio de los años obscuros en los que parecía definitivamente desterrado, de una Europa dominada por Metternich, el espíritu revolucionario primitivo que había convulsionado el mundo.

Ese espíritu revolucionario, esa pasión por los hechos que se iban sucediendo durante la Revolución Francesa común a muchos europeos que como Kant y tantos otros leían con avidez las noticias llegadas desde Francia, en el caso de Bethoveen se trocó en un primer gran desengaño al asumir Bonaparte la condición imperial en 1804. Pues, en esa fecha la figura del Primer Cónsul (romana y republicana donde las haya) fue sustituida por la del Emperador, restaurando con ello toda la parafernalia monárquica. La nación francesa lo asumió a pesar de todo con la facilidad que da el entusiasmo por lo simple y lo sencillo: poder, victorias, dominación sobre otros pueblos, etc. La ausencia de democracia real importaba poco para una sociedad que no había tenido tiempo para interiorizarla plenamente. Sin embargo, tras las derrotas y el regreso triunfal de 1815 los sentimientos de devoción enfermiza hacia el caudillo no fueron tan unánimes. Y así por ejemplo, en la revista a las tropas que Napoleón celebró en el Campo de Marte el 1 de Junio de 1815 días antes de la gran Batalla, según cuenta un testigo presencial, el capitán Cognet de la Guardia Imperial, las adhesiones y los juramentos "carecían de auténtico calor: no había entusiasmo en aquellos gritos" (Wooten, 1995, 18). Posiblemente a ello contribuyó la estrafalaria vestimenta del Emperador. En lugar del habitual y sobrio uniforme militar, Napoleón compareció al antiguo modo, con calzas de satén blanco y pantalón ceñido de media pierna, zapatos a juego asimismo de satén blanco con hebillas de diamantes, chaleco de terciopelo carmesí, sombrero adornado con exuberante plumaje blanco, capa bordada de color violeta, y espada con el puño rematado igualmente con diamantes. Todo un desatino que acentuaba lo que efectivamente él era: un bajito, rechoncho y envejecido iluso. Una antigualla; no mucho más Wellington quien al menos comprendió el valor revolucionario de algunas técnicas de combate (como el ocultamiento y la concentración del fuego) sistemáticamente empleadas por las unidades del Corso terrestre durante su paso por España. Y este último venció.

Pero a pesar de todo, ese sentimiento de hermandad revolucionaria del que hemos hablado más arriba penetró en el espíritu de su tiempo instalándose definitivamente en él (también en el de los vencedores) de manera que obras como la Novena pudieron tener lugar a pesar de, o precisamente a causa de, el impasse que durante esa década parecía producirse en Europa.

Por el contrario la obra mencionada de Mendelssohn hay que inscribirla en otro contexto bien distinto tan sólo diez años más tarde. Realizada por encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres a un jovencísimo e insólito músico alemán de 23 años, la obra fue escrita durante un largo viaje (le tour obligé) a lo largo de Italia y concluida en Berlín en 1833.

Para entonces algo había cambiado. Por de pronto, y de una manera al parecer definitiva, habían surgido a lo largo y ancho del continente americano Repúblicas independientes de los poderes europeos, muestras visibles de los nuevos tiempos si bien un poco lejanas en el espacio. Por su parte Francia, la nación europea núcleo inicial de esos tiempos renovados, había realizado en 1830 una revolución que había eliminado (de nuevo al parecer definitivamente) a los Borbones, instaurando un régimen de democracia censitaria, liberal y 'moderno' (el de Luis Felipe de Orleans). En España, la cuna de la nueva palabra "liberal" y de la Constitución de 1812 asumida en dos fallidos intentos por los revolucionarios italianos, muerto Fernando VII el rey absoluto, todo parecía indicar que los liberales controlaban otra vez la situación. En el Reino Unido los movimientos cartistas y radicales iniciaban su andadura, y la ley de la Reforma electoral había supuesto una revolución censitaria al casi doblar el número de electores de la Cámara de los Comunes. En los reinos alemanes se estaba produciendo un movimiento intelectual (filosófico, artístico y de identidad cultural) sin precedentes, gestando las bases para la posterior renovación en las relaciones entre los individuos (lucha obrera). En la península italiana, en una Italia dividida aún, la actividad del movimiento liberal de los Carbonari se había dejado sentir en varias ocasiones (Nápoles y Turín, 1820 y 1821, coincidiendo con el Trienio Liberal español, frustradas todas ellas por la Santa Alianza). Sin embargo la más reciente e importante insurrección había sido la provocada a raíz de la revolución parisina del año 30 y que dio lugar a un levantamiento en Parma, Módena, Umbría, Marcas y Romaña, sofocado como no podía ser menos por Metternich.

Pero por encima de todo y acompañándolo todo, se estaba produciendo una Revolución Industrial cuyos efectos eran ya complemente perceptibles, no sólo en los tumultos habidos en Inglaterra muchas veces provocados por la incompetencia de las autoridades (como el que dio lugar a la llamada Massacre of Peterloo en la que la gendarmería a caballo cargó contra una multitud de 60.000 personas reunidas en un meeting en las afueras de Manchester en un parque llamado St. Peter's fields hiriendo de gravedad a cuatrocientas personas y matando a once), no sólo por el incremento ostensible de la actividad minera del carbón y del hierro, no sólo por el uso (comparativamente hablando) a gran escala de máquinas para la producción textil, sino que muy especialmente esta revolución industrial se ponía de manifiesto, se hacía visible y palpable gracias a la aparición pública del "artefacto" que marca el siglo causando en su momento un impacto tan fuerte y tan rupturista como lo fue un siglo más tarde la televisión; posiblemente más. Estamos hablando naturalmente del ferrocarril.

La inauguración oficial de la línea Manchester-Liverpool como servicio regular para transporte de viajeros el 15 de Septiembre de 1830 marcó el pistoletazo de salida oficial de la nueva era del ferrocarril. Pronto el tendido de nuevas líneas, la adaptación al vapor de las ya existentes, o la reconversión de las mismas para poder ofrecer servicio de viajeros se convirtió en una necesidad imperativa del progreso de las naciones. Saint-Etienne - Lyon en Francia, Nüremberg-Fürth en Baviera, Bruselas-Malinas en Bélgica, durante los primeros años de la década de 1830 iban surgiendo y proyectándose nuevas líneas en una suerte de carrera enfebrecida por el progreso. También en Italia donde, además de hacerse eco como en todo el continente del nuevo medio de comunicación, se publicaban en prensa proyectos para construir "caminos de hierro", alabando sus ventajas, y constituyéndose en el emblema de una nueva época.

Es en ese contexto descrito en los párrafos anteriores que la obra del joven Mendelssohn fue escrita. Un contexto como se ve muy diferente al de la obra de Bethoveen; un Bethoveen, hay que añadir, ya enfermo y en plena madurez desde cualquier punto de vista que se le considere (musical y humanamente también).

Por el contrario el joven Mendelssohn, hijo de un banquero y nieto de un filósofo, fue en muchos sentidos un individuo anómalo, empezando por lo más básico y fundamental: que no fue un músico romántico a pesar de vivir durante el periodo de este movimiento artístico y ser coetáneo de Chopin. Su música tiene la característica de situarse en la independencia de la libertad, y aunque gran parte de su producción (y en concreto la Sinfonía Italiana) pueda ser catalogable como perteneciente a un severo clasicismo contrapuntístico es evidente que ésta realmente tiene la modernidad del siglo XIX; suena a siglo XIX en estado puro. Y en mi opinión lo representa.

 


 

El pensamiento en ejecución Lo virtual