SOBRE
LA REALIDAD
(virtual o no)
|
PRÓLOGO (ligeramente modificado para la red) El libro que podría tener en sus manos es por supuesto un libro de filosofía. Su título es bastante explícito como para dejarlo claro desde un primer momento. Sin embargo, pienso que no es un libro de filosofía al uso y costumbres actuales. Me explico. Normalmente los libros de esta clase suelen estar llenos de referencias y de alusiones a otros filósofos. Habitualmente son libros muy técnicos para los que se precisa un conocimiento explícito de la materia con la que se está tratando. Para que el lector pueda hacerse una idea de esto que estoy diciendo me parece interesante mencionar un par de títulos de trabajos aparecidos en una revista especializada. Estos son: "El daimon sofocleo en la Elektra de Hugo von Hofmannsthal"; y "Tiempo, historia y acción. Condiciones prácticas de la réplica de Paul Ricoeur a las aporías de la temporalidad". Como se comprenderá, títulos de esta clase no invitan precisamente a su lectura salvo que exista un interés muy específico, y yo diría que muy profesional, por tal o cual área del conocimiento. Este texto, por el contrario, está dirigido al gran público y no a un sector determinado. Para su comprensión basta poseer un bagaje cultural medio, a lo que hay que añadir un mínimo grado de interés por el tema que se está intentando desvelar. Sin llegar a ser un libro de filosofía popular (al estilo de Mecánica Popular) pretende al menos, a semejanza de textos de otras épocas, poder ser leído por cualquiera. En
él hay naturalmente referencias a filósofos pero también,
y muy especialmente, a científicos, así como a formas
de expresión artísticas (humanas) y a gente común.
Salvo el primer capítulo, en el que se hace preciso situar el
problema, la mayor parte de las alusiones y referencias pertenecen al
ámbito del arte y de la ciencia, y siempre de una manera no especializada,
es decir como parte del acerbo cultural común. Y lo mismo podría
decirse respecto del primer capítulo, quizás el más
árido, pues aunque en él ha sido necesario plantear el
problema de fondo y dejar claro el punto de vista empírico de
partida, se ha hecho procurando recurrir a elementos conceptuales fáciles
de entender -objeto, sujeto por ejemplo- así como a filósofos
y filosofías primitivas (básicas) que todo el mundo conoce
ya que forman parte de su educación elemental. Con este libro se pretende dar una respuesta racional a los interrogantes que acucian al ser humano, y que normalmente se agudizan en periodos de transición y crisis. La parte más visible de esa transición, de ese desequilibrio, de este cambio en los modelos de organización y comunicación de nuestras sociedades, reside en la aparición de tecnologías que han permitido el surgimiento del concepto "realidad virtual", lo que inevitablemente, de paso, nos lleva a interrogarnos sobre la realidad misma. Sin embargo, el concepto en sí -aplicado a la tecnología conocida como tal- apenas ha sido utilizado en el cuerpo de texto de este libro. Pienso que la noción de virtualidad ya está presente en las tecnologías aparecidas en el siglo XIX, y desarrolladas en el XX, por lo que creo innecesario recurrir al análisis del ultimísimo invento por venir. Basta con lo que ya tenemos. Creo que el tipo de respuesta (el discurso) que propongo se acopla bastante bien con los tiempos actuales, aunque únicamente sabré que estoy en lo cierto sólo en el caso de que el libro tenga una favorable acogida por parte del público, ya que éste, el público, no lo olvidemos, es siempre al menos la otra mitad de cualquier hecho comunicativo. Respecto de esa inevitable relación de una obra (de cualquier clase) con un determinado contexto sociológico, creo que es interesante mencionar que mis alumnos de Historia de la Filosofía (17 o 18 años) se desconciertan sobremanera ante la sucesión de filosofías y filósofos a lo largo de nuestra historia humana, hasta el punto que, en muchos casos, acaban pareciéndoles banal sus contenidos. Ignoran que si estudiaran historia de la ciencia probablemente el desconcierto sería aún mayor. Para intentar hacerles comprender que un Descartes no hubiera podido surgir en un contexto diferente al del siglo XVII, o un Aristóteles en el XX, suelo contarles un cuento árabe (en realidad sólo un fragmento del cuento) que empieza así: "Érase una vez un anciano padre con tres hijos que al morir les dejó en herencia tres objetos: una enorme y valiosísima alfombra persa, un pequeño cofre de hierro, y en su interior una diminuta piedra azulada con ligeros defectos. El mayor cogió la alfombra. El mediano, la piedra. Y el menor, el cofre." En este punto del relato suelo abreviar e ir al grano. "El que cogió la piedra azulada para evitar ser robado la escondió en el interior del turbante. Al colocárselo en su cabeza todo el saber de la eternidad le vino a su mente. Su asombro, su sorpresa, dio paso al más intenso de los goces. Necesitaba compartir toda la inmensa alegría que le desbordaba. Se dirigió a la plaza, al mercado, y allí, subido en un cajón de madera, empezó a contar a sus semejantes todo el saber." En este punto, de nuevo, improviso y les suelo mencionar alguno de los saberes comunes y consolidados en nuestra cultura, aquellos conocimientos con los que ellos puedan estar familiarizados. Y continúo diciendo "les gritaría que la tierra gira alrededor del sol, que el cuerpo tiene un 70 por ciento de agua (en realidad un poco menos), que es posible crear luz y transmitirla a distancia, y cosas por el estilo"... Hago una pausa y prosigo, "lo que ocurrió entonces es que todos los que estaban escuchándole empezaron a reírse, a tratarle de loco, y entre risotadas y burlas comenzaron a tirarle piedras. Una de ellas le alcanzó la cabeza tirándole el turbante. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Al ir a recoger el turbante descubrió que la piedrecilla preciosa sin duda impulsada por el golpe había desaparecido, siendo inútil la desesperada y minuciosa búsqueda que realizó." Fin del relato. Naturalmente no es mi propósito ni muchísimo menos compararme con el personaje del cuento. Entre otras muchas cosas porque pienso con Wittgenstein que "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Para mí, el significado de esta proposición no tiene ningún sentido místico o esotérico, sino que hago mía la frase en su conexión con la ciencia natural. Personalmente pienso que aquello que no pueda ser expresado mediante un discurso racional, aquello que no puede ser inferido de hechos de experiencia, de eso no se puede hablar y lo mejor es callarse. Por esta causa creo que el pobre hombre del cuento cometió un error imperdonable al relatar a sus congéneres, bajo la forma de exabruptos, aquellos hechos de conocimiento operativos que sólo mucho más tarde se han consolidado como tales en la especie humana. Posiblemente la causa de este error anduviera en los defectos de la piedrecilla. Y aunque Oppenheimer (uno de los físicos responsables de la energía nuclear, léase bomba atómica) en una entrevista dijera que ante nosotros [ahead] en el universo hay un tan enorme y tan vasto futuro de conocimiento que incluso nos resulta imposible concebirlo, ciertamente si no podemos hablar de él (en el sentido arriba indicado), mejor es callarnos. Por tanto este texto no es nada más que, no pretende ser nada más que la respuesta filosófica -en un tiempo y momento determinados- a algunos de los interrogantes básicos del hombre. En ese sentido no es nada más que una interpretación racional, una más, de las muchas que se han sucedido en la ciencia a lo largo de la historia. Me siento obligado a ello por la formación que he recibido la cual me exige manifestarme en el ámbito de la filosofía, o, dicho con más brevedad, como filósofo aunque no me guste el término. De hecho, una de las pequeñas situaciones embarazosas que se producían cuando yo estudiaba venía de la mano de la típica pregunta "¿para qué estudias?". Ante esa cuestión, la respuesta en circunstancias normales era decir "para médico", o "para abogado", o "para ingeniero", o para lo que fuera. En nuestro caso, en el mío y en el de los compañeros de facultad, decir "para filósofo" nos resultaba irreverente e inadecuado. Y así uno tenía que dar un pequeño rodeo y explicar que uno estudiaba para conseguir la licenciatura en tal cosa, y que esa cosa se llamaba filosofía. La formación científica y filosófica recibida junto a la emersión de nuevos paradigmas -nuevos modelos de investigación-, así como la formidable metamorfosis de nuestras sociedades especialmente en el ámbito de la comunicación y computación (informática), son en definitiva los responsables de este libro. Ha sido desde el punto de vista de esos nuevos modelos científicos -cuyo concepto clave y nuclear es el de interacción- desde donde me he permitido escrutar la realidad. El resultado -y lo menciono puesto que al público le gustan las etiquetas y clasificaciones (a mí, no)- es una suerte de explicación sistémica o filosofía sistémica de la realidad, la cual por cierto se hace plenamente comprensible -al igual que cualquier subsistema como por ejemplo los algoritmos de un programa informático- sólo al final de su exposición. En relación a los modelos arriba mencionados, probablemente no sea casual que muchos de los investigadores y científicos relevantes del siglo XX vieran de una forma meridiana que sus resultados tangibles, sus avances operativos en el campo de tal o cual ciencia, tenían mucho en común con aspectos de la filosofía oriental surgida desde Buda y Lao Tsé, de suerte que en ellos no es infrecuente encontrar referencias y alusiones directas al mencionado pensamiento oriental. Y así por ejemplo, Wiener (1949, 205), el padre de la cibernética, citaba a Lao Tsé para explicar cómo la contradicción y la divergencia generan información y comunicación. O Niels Bohr, uno de los físicos fundamentales del siglo XX, quien incluyó el doble símbolo blanquinegro del ying y el yang, además de la inscripción en latín contraria sunt complementa, como parte de su escudo de armas tras ser nombrado caballero por la corona danesa. Así pues, por lógica, por imperativo científico, en este texto también se abordan aspectos básicos del pensamiento oriental aun siendo consciente del fuerte rechazo que todavía éste puede generar. Naturalmente estos aspectos básicos no son tratados desde una dimensión religiosa (salvo en una ocasión en la que se hace una alusión directa a su relevancia social ya que afecta a millones de seres), sino que son abordados exclusivamente en su dimensión filosófica. Creo que es importante que insista en ello. Antes que religiones, son filosofías, por mucho que con posterioridad tuvieran -o aún tengan- un desarrollo socioreligioso con su lamentable cuota de intereses y de control del hombre sobre el hombre. Las semejanzas e identidades entre modelos de origen bien diferente me ha servido también de acicate para establecer claros puntos de confluencia entre ambas tradiciones del pensamiento, en especial entre aquellas que son relativas al ser (humano también) y que se hacen presentes ahora más que nunca gracias a la transformación comunicacional de nuestras sociedades. El libro intenta mostrar esa confluencia haciendo ver la unidad de la especie más allá de las diferencias. Tal cosa era simplemente impensable tan sólo hace un siglo; entonces las distancias entre Oriente y Occidente eran abrumadoramente insalvables. Todavía lo son para la mayoría aunque, como ya ha ocurrido en ocasiones anteriores respecto de nuevas formas de percibir la realidad, espero que poco a poco la minoría que ya se percata de esa unidad se vaya ampliando hasta convertirse en mayoría. En cualquier caso, al margen de esa cuestión y volviendo de nuevo a la concordancia de un discurso y su contexto, el propósito del relato, del cuento árabe mencionado más arriba que suelo contar a mis alumnos es mostrar que si Galileo tuvo algunos problemas fue porque iba un poco adelantado a su entorno. Que si Giordano Bruno tuvo muy graves problemas (la Iglesia lo quemó vivo en Roma en 1600) fue porque su discurso era totalmente incompatible con su contexto. Y en fin, que la tabla periódica de Mendeléjev no es sino el resultado de una acumulación de saberes teóricos y prácticos que se dio en un momento preciso y no en otro, de suerte que esa acumulación pudo ser aceptada entonces por la comunidad científica. De manera semejante al cuento, en la vida real suele ocurrir lo mismo con cualquier nueva aportación (filosófica, científica, artística, o del tipo que sea). Puede ser aceptada, o por el contrario ser absolutamente ignorada. Y así, por ejemplo, los descubrimientos del astrónomo griego Aristarco de Samos no sólo no tuvieron una continuación investigadora en su época, sino que además le reportaron una acusación de impiedad, con los peligrosos antecedentes que esto suponía. Sin llegar a tanto, el texto que aquí propongo pasará completamente desapercibido por falta de contexto, o por el contrario podrá tener una acogida medianamente aceptable. En el primer caso, significaría que no es capaz de conectar con su tiempo; en el segundo caso, significaría que sí. Es un poco como lo que ocurre con la pintura cuando ésta se despliega en una exposición. Como decía una amiga pintora, "exponer es también exponerse". Con los libros pasa igual. Es natural y lo asumo. No se espere, sin embargo, grandes novedades. En gran medida lo que hay aquí escrito en cierta manera ya estaba escrito con anterioridad. Básicamente me he limitado a ordenar las piezas del puzzle del siglo XX que estaban ante los ojos de todos, y que quizás no todos vieran. Por último siempre he deseado, a semejanza de la Rayuela de Cortázar y aun antes de su lectura, escribir un texto ampliado. Por esta razón, en este libro, la parte principal constituida por los cinco primeros capítulos va seguida de una segunda que puede ser leída de una manera secuencial o no. Tal y como se explica en el primer comentario ("El hipertexto y el continuo no-dual") son aclaraciones de mayor extensión que una nota a pie de página por lo que era obligado situarlas más allá del texto principal. Sobre este asunto, la práctica habitual consiste en señalar los enlaces hipertextuales bien en la propia palabra o frase que se quiere comentar (si la presentación se efectúa sobre una pantalla de ordenador), bien (si la presentación se efectúa sobre un texto impreso) mediante un número entre corchetes [1], [2], [3] etc. detrás del término o términos en cuestión. Tras haber dudado acerca de la conveniencia o no de señalar los enlaces hipertextuales en el texto, finalmente he decidido que era mejor hacerlo. La alternativa era (y sigue siendo) dejar al propio lector la responsabilidad de decidir a voluntad cuando deseaba pasar a un comentario hipertextual y cuando no, para lo cual sólo tenía que tener en cuenta los índices. La decisión de incluir los corchetes hipertextuales (que se mantienen en esta página web) la he tomado a pesar de que no es mi deseo presionar en modo alguno para que se rompa la secuencia de la lectura (posiblemente ésta sea más provechosa si se hace mediante un recorrido secuencial), y a pesar de que temía que al hacerlo acabaría enredando más de lo necesario. En cualquier caso, creo que los corchetes no suponen un elemento de confusión con las notas a pie de página las cuales creo necesarias en tanto que parte del texto principal. Estas últimas -las notas al pie- las creo útiles no sólo por lo que de breve aclaración puedan contener sino porque permiten realizar pequeñas pausas, rupturas reflexivas, que facilitan retomar el hilo del discurso principal con espíritu renovado. Yo al menos agradezco las notas al pie por esta causa. Espero que el lector también.
|
|