SOBRE
LA REALIDAD
(virtual o no)
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Ruptura Pero sea cual sea la forma de nombrar a este nuevo periodo en el futuro (Era Común posiblemente sea la más adecuada por lo que se verá más adelante, p.135 y ss.) lo cierto es que en estos últimos tiempos se ha producido, se está produciendo, un cambio radical en nuestra forma de vida que está afectando y alterando los hábitos de conducta de millones de personas. Este cambio, que no se realiza por igual en todo el planeta, que tiene diferentes ritmos según qué partes del globo, que permite la pervivencia de formas de vida arcaicas como el nomadeo o la recolección esporádica de productos silvestres (sociedades no agrícolas en definitiva), es un cambio que sin embargo afecta, con mayor o menor intensidad, a la mayoría de nuestra especie de manera que podemos hacer abstracción de los numerosos casos particulares y hablar de él como un todo. La naturaleza de esta transformación no tiene precedentes en nuestra historia humana salvo quizás el paso del Paleolítico al Neolítico. Pues en efecto a lo largo de miles de años las diferentes sucesiones, cortes, inflexiones y alteraciones (Edad Antigua, Edad Media, Renacimiento, etc.) que ha habido en nuestra historia como especie, por muy importantes que hayan podido ser, han dejado intactos los comportamientos, los hábitos de vida fundamentales que marcaban nuestro obrar, de suerte que es ahora (a lo largo de ese periodo impreciso de transición) cuando una buena cantidad de conductas repetidas a lo largo de miles de años están dando paso a otras que rompen radicalmente con todo lo anterior. Como una primera muestra básica de esto que se está diciendo, es decir del cambio radical en los modelos de comportamiento repetidos a través de los siglos, estaría el cambio conductual producido en torno al fuego en relación con la preparación de alimentos y la calefacción. Durante miles de años el ritual de encenderlo, obtener una buena combustión, mantenerlo o apagarlo, suponía el empleo de una buena cantidad de tiempo en nuestras vidas. Y eso se ha hecho así, ha permanecido sin cambio alguno en las sociedades industrializadas (salvo pequeñas variaciones), hasta aproximadamente la mitad del siglo XX. Ahora, las placas eléctricas o el gas permiten obviar todos los comportamientos relacionados con esa actividad (acarrear el elemento de combustión, encenderlo, avivarlo, abrir o cerrar el tiro para conseguir más o menos oxígeno, etc.) de forma que la instantaneidad es la norma y no la excepción. Y lo mismo ocurre respecto a la iluminación. Todos los hábitos de conducta relativos a esta faceta de nuestra vida repetidos por siglos se han ido al garete: con un simple click iluminamos una estancia. Y lo mismo respecto al agua para beber o lavar. En los tres casos la instantaneidad supone una ruptura total con hábitos cotidianos que han durado milenios, ruptura que además afecta a millones de personas en relación con esas actividades que son las más básicas en nuestras sociedades. Otra pequeña muestra, aunque parezca trivial, sería la paulatina sustitución de las antiguas "romanas" (de las que aún pueden verse algunas en viejas farmacias) por los nuevos sistemas electrónicos de medición en miles de pequeños y grandes comercios. O el sistema de transporte, realizado desde el neolítico mediante tracción animal y sustituido a lo largo de los siglos XIX y XX por aparatos mecánicos (trenes, barcos, aviones) capaces de mover millones de toneladas en una comparativamente mínima fracción de tiempo. Y los sistemas de cultivo, optimizados mediante el uso de abonos artificiales así como mediante el uso de la fuerza mecánica1. Y así sucesivamente ya que, como ya se dijo en la página 30 (del texto impreso) respecto al proceso de desacralización en nuestras sociedades industrializadas, este cambio es el resultado de una evolución compleja en el que intervienen muchos factores (sociales, económicos, ideológicos, guerras, industrialización, tecnologías) cohesionados entre sí, por lo que la lista de ejemplos respecto a los cambios conductuales cotidianos podría hacerse muy extensa (cualquier Historia de la Ciencia y la Tecnología podría servir de orientación para ello). Por esta causa, por la complejidad del cambio, es difícil señalar un comienzo del mismo aunque si tuviéramos que indicar un punto de inicio diríamos que arranca en el momento en que se empieza a hacer un uso masivo en el conjunto de la sociedad de máquinas semiautónomas, bien para producir bienes en un sentido amplio (la máquina de vapor en definitiva), bien para computar (en primer lugar el tiempo, es decir los relojes mecánicos de bolsillo, participando con ellos de un tiempo universal). Con este tipo de máquinas (las semiautónomas) se produjo un cambio radical respecto de otras anteriores como fueron las grandes y complejas poleas, ya que abrieron la puerta a la paulatina sustitución de una relación básicamente inmediata con la naturaleza por una relación más mediada. Antes de este tipo de mediación, nuestra relación con la naturaleza estaba basada en la fuerza física cuyo empleo, aún atemperado por la palanca y la rueda, era fundamental. Tras la aparición de la máquina semiautónoma (vapor) esa exigencia se reduce drásticamente. En lo referente al tiempo, nuestra relación -la que marcaba el ritmo de trabajo y el quehacer diario- era una relación directa sin mediación alguna, basada en la altura del sol. Tras la aparición de las máquinas semiautónomas para medirlo, éste se convierte en una abstracción racional válida universalmente, una (científicamente útil) convención que ahora todo el mundo lleva atada a la muñeca. De hecho, tanto la máquina de vapor como el reloj mecánico tendrán un punto de confluencia común gracias a la aparición de los ferrocarriles (1830). Con ellos se supera esa relación espaciotemporal que durante milenios el ser humano había mantenido con el medio físico, viajando o acarreando hasta ese momento al ritmo marcado por los animales. El ferrocarril proporcionó un ritmo (un tempo) radicalmente diferente que además exigió la precisión de un tiempo universal, y la consiguiente instalación de relojes mecánicos en las estaciones. Pero sin embargo, recordemos, no existe un punto de inicio tajante y definitivo en esta transformación ya que ésas y otras máquinas que pudiéramos señalar, especialmente las que producen comunicación, son deudoras a su vez de indagaciones anteriores, y en definitiva deudoras de la capacidad de investigación y transformación del ser humano, capacidad o competencia que se pone en marcha desde el momento mismo en que éste utiliza y fabrica utensilios (hachas, puntas de flecha, etc.) con el objeto de no ser definitivamente expulsado de, aniquilado por, el resto de la naturaleza (p.55). Por ello podemos decir que la causa última de esos cambios reside pues en lo que de constante hay en el ser humano, la pulsión cognitiva (junto a las emociones) que nos conduce a la creación de technes, tecnologías, artilugios, ingenios, o como se le quieran llamar, productos, en definitiva, de la capacidad de pensar (putare) y obtener conocimiento (scientia) que la especie tiene. Muestra de esa capacidad de conocimiento y transformación (de la que en 1887 dio cuenta Ferdinand Tönnies con su percepción de la sociedad de masas) es la aparición de sistemas de comunicación (teléfono, radio, fotografía, cine, televisión, los propios sistemas de transporte de personas -automóviles, aviones, etc.- contestadoras, grabadoras, juegos audiovisuales, karaokes, ordenadores, la propia Internet, y un presumiblemente largo etcétera) a través de los cuales el cambio de nuestras sociedades respecto del pasado se hace definitiva, consumándose con ellos la ruptura respecto a los hábitos de conducta repetidos durante miles de años precedentes, y de los que hablaremos luego un poco más en detalle (p.135 y ss.). Pero antes, quiero poner de manifiesto que una consecuencia temprana de los cambios promovidos de una forma indirecta por los medios de comunicación fue la revolución cultural, no los acontecimientos políticos sino los cambios culturales que en torno al año 1968 se produjeron, con mayor o menor intensidad, a lo largo y ancho del mundo fruto de una primera percepción global del planeta2. La fácil difusión de elementos culturales diversos, occidentales y orientales, amerindios y africanos, junto a la capacidad de control eficaz de la maternidad resultado de la píldora anticonceptiva produjeron un vasto movimiento ideológico -y de alteración de las conductas- que, con sus particularidades en relación a la situación política concreta de cada país, acabó sin embargo dejando a larga un poso que empieza a ser ahora claramente visible: la igualación legal y sobre todo social hombre-mujer. Esta igualación se ha visto además favorecida por la aparición de tecnologías de muerte (las cuales en tanto que signos también son tecnologías de comunicación, p.55) con las que poder suplir la desigualdad genérica entre hombre y mujer en el terreno del tamaño y de la fuerza. Desde la aparición de la especie, esa desigualdad funcional diferenciadora (ni mejor ni peor sino necesariamente cooperante), obvia desde el punto de vista fisiológico en el ámbito de la reproducción, fue sin embargo extrapolada desafortunadamente a todos los demás campos, de suerte que ya en las sociedades paleolíticas, a nivel de bandas y aldeas, y como consecuencia de la práctica de la guerra como respuesta a las presiones reproductoras y ecológicas, se produjo el monopolio masculino de las armas con la consiguiente relegación de la mujer en la vida pública justificada siempre mediante una supuesta inferioridad natural (incluso en culturas matrilineales posteriores como la iroquesa) (Harris, 1987). Esa supuesta inferioridad natural ha sido sin embargo moderada, reequilibrada, compensada e incluso a veces hipercompensada en todo tipo de sociedades cuando entramos en el terreno de lo privado. En él la mujer ha sido normalmente bien valorada, e incluso podría decirse que su papel "entre los bastidores" de la vida social ha sido siempre relevante. Este área de lo privado se solapa además con otro un poco más profundo, más radical, más en la raíz del propio ser humano, como es el terreno de lo íntimo, de lo íntimo humano en relación con el resto de lo que es. En este campo -tradicionalmente resuelto mediante elementos de religación con la naturaleza- el papel de la mujer es equiparable en todo al hombre. En él, en el terreno de lo íntimo en relación al resto de lo que es, se hallan universos ideológicos plagados de dioses femeninos (con sus cuotas de fuerza y poder) los cuales junto a los masculinos son una constante en todo tipo de colectivos humanos, pudiendo remontar este hecho a las Venus del Paleolítico Auriñaciense. El consiguiente culto (público y privado) a diosas, la devoción y veneración hacia ellas en detrimento en muchas ocasiones de los dioses masculinos a quienes se les relegaba en las preferencias colectivas, sin llegar a eliminar la supuesta superioridad natural del hombre sobre la mujer ha significado sin embargo un reflejo de lo que a nivel íntimo (óntico -a nivel de ser- podríamos decir) ha podido sentir el ser humano respecto de esa diferencia viva. Finalmente ahora, tras milenios de relegación que podemos remontar a nuestros propios orígenes, la mujer comienza masivamente a equipararse en todo al hombre ocupando, ocupándose de, todo tipo de actividad profesional, y consiguientemente tomando el papel social y público que le corresponde. El sentimiento de igualdad profunda que decíamos arriba comienza pues a tener su reflejo en la sociedad, lo que supone una ruptura total con los hábitos de conducta que la especie ha mantenido hasta el presente, y ejemplifica, quizás más que ninguna otra cosa, el cambio de Era del que estamos hablando. _____________________ 2 En realidad la primera se produce durante la II Guerra Mundial, aunque el ciudadano común no la sintiera como propia superado como estaba por los acontecimientos. (volver) |
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