SOBRE LA REALIDAD
(virtual o no)

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Índice
   
  Prólogo
   
  Primera parte
  Sobre la realidad
  Constantes y variables
  Ser y Naturaleza
  El bucle del ser
  Ser y verdad.
  El ser es lo que es siendo
  Ser y Realidad
   
 

El signo y la palabra. Indagaciones

  El signo y la palabra. Mutación e invariancia.
  El cambio constante. Copresencia en el cambio.
  Doble vínculo. El continuo del ser
  Constantes.
  Telos y Formas.
   
  Teleología y Ciencia
  Filosofía y Sociedad.
  Nuevo Modelo.
  Sistemas y Subsistemas.
  Algunas implicaciones.
  Humanización y dinámica de los opuestos.
   
  Cambio de Era
  Un mismo mundo.
  Permanencia en el Cambio.
  Ruptura.
  Técnica y Telos.
  Comunicación y Era Común.
   
 

El Telos Humano

  Continuidad.
  El Telos Humano.
  Cierre y Apertura.
   
  Segunda parte
  Del otro lado. comentarios hipertextuales
  1. El hipertexto y el continuo no-dual
  2. El zen y la Era Común.
  3. Vida y objetividad.
  4. Sobre el horror.
  5. El pensamiento en ejecución.
  6. Sobre Mendelssohn.
  7. Lo virtual
  nuevos comentarios (on-line)
  8. ¿Quién teme a esa tontería del ser?
  9. Medios in-mediatos
   
  Referencias
 

 

Un mismo mundo

"El simple hecho cronológico de que tras la última hoja del calendario de una centuria se abra, con otra hoja y sin solución de continuidad, un nuevo siglo, no significa por sí mismo un cambio radical en la historia" (Iglesias, 1989, 41). Tampoco, por supuesto, sucede así en el caso de que la nueva datación cronológica se corresponda con un nuevo milenio por mucho que la nueva cifra pueda conmovernos con su rotundidad. En pura lógica y con un mínimo de sentido común bastaría tener en consideración la disparidad cultural y las distintas formas de contar el tiempo entre los diferentes grupos humanos como para no tener en cuenta las cifras propias del calendario gregoriano por más que a éstas se les añada en una buena cantidad de países la apostilla "Era Común".

Sin embargo, ya la propia denominación "Era Común" es indicativo de algo nuevo y distinto. Utilizada esencialmente en países no católicos, con ella se pretende eliminar cualquier connotación religiosa, convirtiéndola de esa manera en una forma neutra (y laica) de datación universal. Su lenta incorporación al vocabulario cotidiano de gentes de muy diferentes países (incorporación que aún no ha llegado a España donde se sigue hablando de la Era cristiana) supone pues un cierto tipo de cambio que implica una mínima aceptación de una unidad relativa al conjunto de la especie humana que aparece a los ojos de todos más obvia que nunca.

Y esto ocurre no sólo por la desmitificación llevada a cabo por la ciencia respecto a supuestas identidades raciales-nacionales (todavía en 1900 se hablaba de la raza española, raza francesa, etc.), no sólo porque esa desmitificación nos ha hecho comprender la profunda unidad de nuestro código genético el cual nos permite hablar de una especie única sin importar cuales fueren sus manifestaciones culturales o sus características físicas, no sólo por todo esto sino muy especialmente por el sentimiento de identidad supranacional promovido por los sistemas de comunicación e información que permiten hacerse cargo (a quien quiera y pueda hacerlo) de la inevitable imbricación (económica, ecológica, sanitaria, educativa, etc.) del conjunto de los seres humanos, interrelación que se pone de manifiesto, se explicita a nivel jurídico formal con la existencia de los cada vez más eficientes organismos supranacionales que poco a poco van confiriendo una dimensión común a nuestro planeta.

Naturalmente estos hechos, por sí mismos, no son suficientes como para poder otorgar al cambio de milenio una significación especial hasta el punto de poder afirmar que con él llegare un cambio de Era. En cualquier caso, y a pesar de que a los historiadores les gusta establecer fechas didácticas muy concretas (tal día, de tal mes, de tal año) para establecer las líneas divisorias entre periodos históricos, y a pesar de que esta división resulta extremadamente útil, las fronteras entre los mismos son, como todas las fronteras, extremadamente vagas, sobreviviendo en muchos casos ideas, valores, signos y formas de vida de un periodo al siguiente.

Sobre este particular ya vimos (p.89) que, al menos en mi opinión, no puede hablarse de un definitivo final de la Edad Media hasta que las murallas medievales -signos externos que configuran (nunca mejor dicho) la vida urbana en nuestras ciudades europeas- no desaparecen de nuestro horizonte en la segunda mitad del XIX; y aun con todo, los fielatos (ese punto de división entre el exterior y el interior) seguirán persistiendo en muchas ciudades hasta bien entrado el XX.

Pero, a pesar de todo lo dicho, a pesar de que naturalmente el nuevo milenio no tiene significación alguna, sí es razonable pensar que estamos entrando -si no lo hemos hecho ya- en un nuevo periodo histórico cuyas fechas clave serán consensuadas en el futuro cuando la distancia temporal permita una mayor perspectiva. De hecho, ya en 1945 (debido al enorme impacto emocional que produjo el uso de la energía atómica) se propuso el nombre de "Era Atómica" para designar el nuevo periodo en el que entraba la humanidad. Desde entonces no han faltado las propuestas: Era de la Información, Era de la Comunicación, Era Común, Era Biotecnológica, y finalmente, conforme a la propuesta de McLuhan, Era Eléctrica.

Todas estas formas de nombrar el nuevo periodo en el que entramos tienen algo de correcto pues todas utilizan en su denominación alguna palabra clave con la cual se puede resumir sintéticamente alguna cualidad esencial del mismo, aunque naturalmente al hacerlo se puedan dejar de lado otras. Por esta razón creo que es preferible aquellas que, como Era Común o Era Eléctrica, impliquen un mayor grado de abstracción, es decir contengan la mayor generalización posible.

En este sentido, la propuesta de McLuhan, Era Eléctrica, aunque limitada por una cualidad quizás demasiado concreta y específica (y por lo tanto difícil de aceptar incluso por mí mismo) no por ello deja de ser bastante genérica y amplia ya que la electricidad es determinante en la aparición de otras características que, como la información, la comunicación, la misma biotecnología, o el sentimiento de pertenencia a una comunidad global, configuran nuestro tiempo. Además esta denominación permite ampliar, remontar, el periodo de transición en uno o dos siglos; ese periodo impreciso en el que las formas de vida, los hábitos de conducta, las ideas y los universos simbólicos nuevos coexisten con los antiguos los cuales poco a poco van siendo sustituidos por aquellos. Pues en efecto, el interés por la electricidad, por los fenómenos eléctricos, como objeto decidido de estudio científico hay que remontarlo a los albores de la revolución francesa, en un tiempo en el que la fascinación por todo tipo de saberes prácticos (reflejado en la edición de la Enciclopedia) era general. Y así, además de Franklin, Watson, Coulomb o el propio Volta, hubo una buena cantidad de modestos investigadores (modestos en sus resultados) que, como el posteriormente revolucionario Jean Paul Marat (en sus años jóvenes, en torno a 1773), abordaron el estudio de dichos fenómenos eléctricos.

Estos, en la medida en que iban siendo más y más conocidos (y se obtenían de ellos resultados tangibles), ya en el siglo XIX, iban generando un conocimiento implícitamente revolucionario capaz de producir, en beneficio de todos, transformaciones, alteraciones y modificaciones en nuestra relación con la naturaleza hasta el punto de poder dar lugar al relato de Mary Shelley (1818) en el que el doctor Frankenstein, moderno Prometeo, creaba vida humana sirviéndose de la electricidad.

Desde entonces hasta nuestros días la importancia de la electricidad como elemento básico para el funcionamiento de nuestras sociedades ha sido imparable. Desarrollado su conocimiento y control a lo largo de todo el siglo XIX (Faraday, Maxwell, Herz, Marconi, son algunos de los más relevantes científicos que favorecieron su desarrollo, aunque detrás de ellos existieron muchos más), la electricidad resultó imprescindible para la creación en el propio XIX de los nuevos sistemas de comunicación (telégrafo, teléfono, fonógrafo, radio en las postrimerías) los cuales han sido la base para desarrollos posteriores. Al acabar aquel siglo la electricidad estaba incluso en condiciones de constituirse como la fuente de energía fundamental en la iluminación de nuestras ciudades y asimismo como la energía imprescindible para nuestros sistemas de transporte (la "chispa" del motor de explosión) de suerte que no es de extrañar que, como fenómeno de interés masivo que era, la Exposición Universal de París de 1900 (de la que conservamos el puente de Alejandro III y sus hermosas farolas) fuera consagrada a la electricidad.

Si además tenemos en cuenta que prácticamente no hay aparato de medición ni artilugio alguno que no funcione o sea fabricado mediante la energía eléctrica, si además consideramos que el conjunto del conocimiento científico y tecnológico ha recibido un impulso decisivo gracias a la electricidad (aparatos de medición, de observación y de computación), y si finalmente sabemos que nuestro conocimiento actual de la actividad cerebral indica que ésta se lleva a cabo mediante el intercambio de iones (cargas eléctricas), hecho absolutamente ignorado en siglos precedentes, entonces convendremos que la idea de McLuhan de llamar a este nuevo periodo "Era Eléctrica" no es desacertada.

 


 

Humanización y dinámica de los opuestos Permanencia en el cambio